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11 diciembre 2007

Rufino Blanco Fombona
y la polémica sobre Hispanoamérica

I

Rufino Blanco Fombona se me ocurre, es un nombre que no debe sonarles demasiado. Es una de esas grandes inteligencias que ha dado nuestro continente y que sólo por ese milagro (nefasto) que suele ser la cultura oficial en nuestros países, permanece ocultado para muchos, minimizado para otros, y esto porque en definitiva, pertenece a ese grupo de los que o no se avienen al canon o directamente lo combaten... Alguien dijo alguna vez (y con mucha razón) que si Andrés Bello hubiera sido suizo, austriaco o alemán (no recuerdo que país exactamente), hubiera sido Augusto Comte, pero como era venezolano es solo un poeta, un independentista si (o tal vez), pero no un filósofo... la misma edición que leí de Blanco Fombona (“Hombres y libros” de Editorial Ayacucho de Venezuela) lleva un prólogo que más que presentación en muchos tramos parece una disculpa (será por eso que cada vez leemos menos los prólogos?). Lo importante en todo caso es que este hombre es un hombre sorprendente, al menos para mí, ya que leyendo por primera vez sus artículos y polémicas, he encontrado muchas de las cosas que habitualmente sostengo en mis escritos. Lo asombro en todo caso es que Rufino Blanco Fombona nació en Caracas en 1874, y 90, 100 o 110 años no es poco handicap para una idea, para un razonamiento, o para la comprensión de un proceso o fenómeno (en el cual incluso y para peor de males) está uno inmerso. Es decir, un proceso (como sucede siempre) donde aun no se perfilan los contornos de una manera clara y predecible como lo harán inevitablemente una vez desarrollados o concluidos.

Dentro de ese libro del que les hablo se reúnen varios trabajos que Rufino Blanco Fombona desde la polémica, le dedica a lo español, a lo hispanoamericano, a la relación de los EEUU con el resto del continente y a una serie de escritores “bandera” (podríamos decir) de nuestra literatura, como son Sarmiento, Prada, Lugones, Darío... o de otras latitudes como Gogol, Dostoievski, Anatole France, Wilde, Ibsen. Estos artículos sobre Hispanoamérica son los que más me han impresionado por su justeza. Creo que hoy nadie les podría agregar ni quitar siquiera una coma, y no lo digo justamente por su calidad literaria (que la tienen en grado sumo) sino por lo que la belleza de esa su escritura sostiene.

Antes de referirnos a ellos, bueno sería contextualizar un poco el momento en que fueron escritos. Cuáles fueron las circunstancias de este poeta, ensayista, editor y activista político americano?

Para no irnos muy lejos, pensemos que cuando nace Rufino Blanco Fombona el actual territorio de la República Argentina terminaba hacia el Sur no mucho más allá del fuerte de Luján, frontera de un llamado “desierto” habitado por miles y miles de almas. Venezuela, su patria, se había separado de la Gran Colombia solo 44 años antes (1830), y en Zaragoza, España, un joven de 21 años llamado José Julián Martí, que había sido deportado de su Cuba natal tres años antes, se licenciaba en Derecho, Filosofía y Letras. Cinco años antes (1869) a los 16, ese mismo joven cubano había sido condenado a trabajos forzados por conspirar contra el dominio español a favor de la independencia de su tierra natal... veintiséis años después de ese hecho (1895) moría de un balazo en Dos Ríos muy cerca de Santiago de Cuba al frente de un ejército al cual lideraba en compañía de un general dominicano llamado Máximo Gómez. Transcurridos tan solo tres años de estos hechos (1898) los EEUU intervenían en Cuba con la excusa de ayudar a los patriotas (tanto tanto los quisieron ayudar que se tomaron la molestia de gobernar la isla por ellos). No era de extrañar (ni siquiera en ese entonces) porque en 1848 (es decir, cincuenta años antes) los EEUU se habían quedado con la mitad de México y de ahí en más nunca pararon (Samoa Oriental, Hawai, Filipinas, Puerto Rico, Nicaragua, Panamá, etc., etc., etc., etc., etc., etc., etc., etc., etc.,). Tan solo tres años antes de aquella anexión iniciática de México, Sarmiento empezaba a publicar en El Progreso su “Facundo, civilización y barbarie”, páginas que fueron convirtiéndose paulatinamente en la Biblia del “progresismo” americano, despertando devociones de mayor o menor intensidad que se pueden rastrear hasta nuestros días. Este libro “Facundo”, más allá de su innegable calidad, de su “éxito” como obra literaria, es un verdadero tratado político filosófico que guió los sueños de muchos, o casi todos, los “ilustres constructores” de los pequeñas y minusválidos estados modernos de Sur América y el Caribe. En el 1900 (cincuenta y dos años después del de Sarmiento) aparece publicado “el otro libro”, su antagonista: “el Ariel” de José Enrique Rodó que será con “Facundo” el involuntario y dramático anverso y reverso de esa única y extraña medalla que somos, nosotros, los americanos.

Esa es, de manera muy escueta, la América en la que nace y crece Rufino Blanco Fombona. Una América que había producido una cruenta ruptura con España. Una América influenciada e inspirada en la cultura francesa y alemana, en la ilustración, el pensamiento económico inglés, y el constitucionalismo norteamericano. Una América que en el caso de muchos de sus nuevos países recién emancipados, cayó inmediatamente en manos de Inglaterra[1], y una vez en manos de esta empezó a ser asediada y disputada por el gran nuevo gigante, los EEUU, quien con su Doctrina Monroe se autoproclamó desde ese entonces, en paladín de estas tierras, impidiendo así (por puro interés y sin proponérselo) que otras potencias como Francia y Alemania nos colonizaran (aunque con ello no alcanzara a eliminar totalmente la influencia, ni política, ni económica, ni cultural, de estas como es el caso).

Volviendo al libro de Sarmiento (la primera de las dos caras) todo lo hispano, todo lo ibero, todo lo meridional, por más que fuera de Europa, era deleznable por lo cual el problema de América latina era ella misma, su propia existencia en tanto y en cuanto éramos sin más (y lamentablemente) iberos[2].
Rufino Blanco Fombona conoció muy bien la obra y la vida de Sarmiento por que conoció muy bien y frecuentó a sus nietos en Europa y ellos mismos se encargaron de leerle de mostrarle los archivos, la correspondencia, su voluminosa obra. No sin un dejo de admiración expresa, por su temperamento, por su tozudez, su convicción, escribe un artículo sobre el sanjuanino que no tiene desperdicio a pesar de lo breve. En él muestra las tremendas deficiencias de Sarmiento, tanto en su carácter, como en su formación intelectual, como en sus propias y escasas ideas. Eso me hizo recordar esa magnífica y primera refutación al “Facundo” que es el breve “Nuestra América” de Martí. Y hay una sentencia en ese escrito que de ser cierto lo que nos dice Blanco Fombona (y no hay razón para dudarlo), debió sonarle al sanjuanino[3] como la misma muerte: “no existe una real batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza”. Esa falsa erudición es la erudición propia de las mentes colonizadas que no saben descubrirse a si mismas o tienen vergüenza de lo que son y por eso buscan la aprobación en el otro. Al naturalizar la dominación a que son sometidos se legitiman (o creen hacerlo) con la cultura del dominador y a eso, de manera simple, termina siendo reducida su búsqueda trascendental, su modo de ser entre los demás. Creo que es el caso, más allá de la intencionalidad, de toda esta tradición de pensadores que repito puede rastrearse hasta nuestros días.

Lo intentos de hibridar una cultura nunca han sido felices (al menos ninguno que yo tenga noticia) y mucho menos exitosos. Por eso me parece interesante la polémica de Blanco Fombona con los apologistas de lo sajón. No porque lo sajón, como toda cultura verdadera no sea fascinante y digno de admiración, sino porque aun hoy (y eso también es muy latino) seguimos yéndonos de un extremo a otro sin encontrar el punto exacto donde poder poner en valor toda esa riqueza que somos y nos pertenece. Ese es el caso de lo hispano: una parte indivisible de nuestra identidad.

II

En esta serie de escritos de que les hablo, empieza nuestro hombre reflexionando sobre lo que él mismo define como la personalidad de la raza (habla obviamente de España). Una personalidad que a lo largo de su relato sirve para explicar tanto la grandeza como el ocaso de aquello que los pueblos de España llegaron a construir en el orden político, económico y militar a lo largo de los siglos como pueblo. Esto ya es interesante para un hombre de su época. Va de suyo que Blanco Fombona ve a los pueblos no como emergidos de la nada sino como resultado de un largo proceso histórico. Desde esa perspectiva él cree encontrar aquellos rasgos, que más allá de las circunstancias políticas, históricas y económicas, permanecen como constante en el modo de ser de ese pueblo. Habla de un individualismo español al que no debemos dar la connotación actual que ese término tiene en los marcos de la sociedad capitalista a la que pertenecemos (sobre todo la que adquirió en la llamada posmodernidad) sino más bien relacionarlo con una especie de orgullo, de talante señorial y soberano cuyo origen en el tiempo no alcanza del todo a dilucidar el venezolano.

Cuando leí eso me acordé inmediatamente de las palabras de Charles Darwin (vertidas en su “Viaje alrededor del mundo”) acerca de la impresión que le causaron los gauchos allá por la primera mitad del siglo XVIII.... y lo realmente fascinante (y reflexiones como las del venezolano así lo demuestran) es que ese icono que es el gaucho (el mestizo) y que la más de las veces contraponemos al conquistador, es contrapartida válida en tanto y en cuanto actor interesado de un drama político y económico y hasta cultural (en términos de proyección), pero que esté contrapuesto no quiere decir que esté escindido, es decir, no quiere decir que el gaucho no sea genuinamente hispano en más de un aspecto[4]: “Durante la noche vinieron numerosos gauchos a beber licores y a fumar puros; su continente llama sobremanera la atención; por lo general son altos y bien formados pero llevan en el semblante cierta expresión de orgullo y sensualidad {...} parecen una raza de hombres muy diferentes de lo que se podría esperarse de su nombre de gauchos, o simples campesinos. Excesivamente corteses, nunca beben una copa sin invitaros a que los acompañéis, pero mientras os hacen una inclinación demasiado obsequiosa, parecen dispuestos a degollaros si la ocasión se presenta”Charles Darwin, “Viaje alrededor del mundo”.

En muchas partes de este diario de viajero el naturalista inglés, se emiten juicios parecidos por lo cual en verdad lo debe haber impresionado esa índole del gaucho que él mismo no se cansa de explicar. Otro hombre de esa época (en realidad un niño) Guillermo Hudson, exhibe, en su “Allá lejos y hace tiempo”, esa misma mezcla de admiración, fascinación y espanto oculto, que se puede detectar en el naturalista inglés o en las propias líneas del “Facundo”. Todos refieren que en realidad ese ser tan rustico y casi desnudo, no muy distinto al indio como era el gaucho, trasudaba un aura de caballero medieval, un porte de dignidad y una cortesía natural (por llamarla de algún modo) que está en un todo de acuerdo con las aseveraciones que hemos referido de Blanco Fombona y sus escritos y que debemos atribuirlas sin dudas a un patrimonio cultural, a un capital, que el gaucho como ser acechado por dos mundos no podía dejar de tener. De no ser así sería paradójico e incomprensible que justamente Sarmiento, y en distintas intensidades, todos los revolucionarios de las juntas y cabildos (imbuidos de las nuevas doctrinas políticas, ideológicas y culturales) vieran en los caudillos federales y en el gaucho mismo, una expresión tardía del señoralismo español. Esto no nos tiene que llevar a equivocarnos (como lamentablemente ha sucedido siempre) y homologar a uno y otro personaje con una determinada ideología o postura conservadora o revolucionaria, según sea el caso. Sarmiento (su misma historia y su propia hermenéutica lo demuestran) no era menos bárbaro que Facundo, ni Facundo era menos ilustrado que los jacobinos de las ciudades[5]. Más allá de los diferentes paradigmas de nación y de los diferentes modelos de capitalismo que representaban, el tema cultural es evidente como explicación válida, como fundamento de dos modelos de país que se iban perfilando y que se suplantarían (al menos formalmente) uno al otro.
Ambos bandos provenían del mismo molde, para unos la utopía se parecía mucho a la quimera, querían hibridar una cultura, construir ex nihilo un paradigma que percibían como lo mejor de la inteligencia y la cultura humanas, para los otros la utopía era ese talante español independizado de lo español mismo. Y fíjense que fascinante y que patético, que como bien lo muestra el Martín Fierro, ese es un mundo condenado a la muerte de manera innegable... pero no por eso (o quizás justamente por eso) no deja de ser romántico y seductor. Ya lo he dicho en muchos de mis trabajos: los argentinos ni siquiera sabemos el grado de participación que tenemos en ese mito... hasta que punto está incrustada esa idiosincrasia en nuestro modo de ser. Todo eso que le apunta Blanco Fombona al hispano se podría decir de manera indistinta del gaucho: su individualismo casi litúrgico, que no es mezquindad o egoísmo, sino necesidad metafísica, un modo de ser y de devenir... su sentido de la amistad (también casi religioso) y como contrapartida de ese individualismo, su temeridad mezclada con esa aparente mansedumbre y displicencia (esa cortesía que hablaba Darwin), su desapego a las normas y su desconfianza genética a la autoridad[6]. Nada de eso pudo ser cambiado de manera total, por un drama político, económico y cultural de gran proyección como fue aquel que quedó clausurado con la muerte del Chacho y Felipe Varela, la Guerra de la Triple Infamia y la Conquista del Desierto. Y es por eso que la fuerza de lo hispano, al igual que la fuerza de lo antecolombino, ha permanecido como común denominador, como residuo y sedimento que ningún proceso posterior ha podido diluir. Más bien, todo lo contrario es cierto, ese residuo se ha convertido en prisma que ha descompuesto todo lo que por su interior pasó.

En otro de sus trabajos, Blanco Fombona trae a cuenta una serie de hechos y anécdotas que hacen muy interesante y ameno su relato, pero que sobre todo apuntalan bastante lo que acabamos de afirmar. Él trae a cuenta los apuntes que una tal Condesa D’Aulnoy efectúa al recorrer los campos de España, allá por el Siglo XVII: “Refiere la viajera (dice Blanco Fombona) que en un pueblo de Castilla, riñó cierto caballero español que la acompañaba, al cocinero de la fonda. La señora oía las voces desde su habitación. A los cargos del caballero escuchó, sorprendida, esta respuesta del fámulo: “No puedo sufrir querella, siendo cristiano viejo, tan hidalgo como el Rey y un poco más”. “Así se alaban los españoles –comenta la dama extranjera– cuando se juzgan obligados a defender su orgullo” “Los españoles –observa poco más adelante– arrastran su indigencia con aire de gravedad que impone; hasta los labriegos parece que al andar cuentan los pasos”.

Cuánto de éste carácter sirve para explicar la historia de América? Se parece Hernán Cortés o Pizarro o Almagro o cualquier adelantado o capitán de Indias a este ofuscado y simpático cocinero de fonda que nos trajo a cuenta el relato que acabamos de citar? Yo creo que muchísimo. Ese “soy tan hidalgo como el rey y un poco más” es lo que explica que un porquero como Pizarro termine siendo aquel a quien se le firmen las Capitulaciones para la Conquista del Perú, lo cual no quita que Almagro se sienta con derecho a traicionarlo del mismo modo que Cortés traicionó a Diego de Velásquez y que casi todos traicionaron a todos... y es que no es traición ya que todos eran (como buenos hispanos) “tan hidalgos como el rey y un poco más”.

No se trata por tanto, de describir de una forma más o menos detallada, más o menos profunda, a uno de los actores del drama americano originado aquel 12 de octubre de 1492, se trata del retrato psicológico que sirve para mejor comprender, por un lado, la historia de este continente, y por el otro a nosotros mismos. Ese individualismo del que habla Blanco Fombona lleva de manera irreversible a lo heroico. Los ejemplos casi fundacionales de este carácter son perseguidos por Fombona y encontrados en pequeños grandes hechos que tiene casi entidad mítica: la heroica ciudadela de Sagunto defendiéndose ante Cartago, o Numancia resistiendo las legiones romanas, o Gerona y Zaragoza levantadas como un muro contra Napoleón y sus huestes inmortales... “no es una resistencia como la de Verdún[7]”, dice Blanco Fombona, de un país contra un país o grupo de países, “son las mismas ciudades, a veces casi inermes, entregadas a su propio esfuerzo, que luchan contra los invasores”. Los españoles combaten como hombres individuales (dice en otra parte) y no como piezas de una maquinaria, y esto también es muy americano. Hace notar de manera muy acertada que fue este pueblo hispano uno de los primeros cultores de la lucha guerrillera de quienes se tengan noticias, y evidentemente ese modo de guerrear también tiene mucho que ver con nuestra historia pasada y presente. Sin invalidar el hecho de que la América independentista contó con grandes espadas como las de San Martín y Sucre, no es menos cierto que el guerrillerismo (incluso como cultura) fue un factor decisivo para derrotar a uno de los mejores ejércitos del mundo, como era el español de aquella época. Esa experiencia que heredamos quedo también como otras tantas, como acervo cultural, como forma “natural” de enfrentar a los poderosos, a los grandes ejércitos opresores de todos los tiempos. Lo interesante (y volviendo al punto) es que Blanco Fombona no duda en tildar indistintamente a conquistadores o héroes de la Independencia, de “guerrilleros”. Y esto me parece otro logro sorprendente del venezolano, ya que se deduce que Blanco Fombona no confunde (y ese es el punto) la conquista con la cultura hispana en sí.

Desde un enfoque como ese que acabamos de mostrar, se deduce que los españoles en América no lucharon con otros que contra ellos mismos.

La Guerra de Independencia fue un proceso político y económico (en mucha menor medida de ruptura cultural) ya que como casi siempre sucede en estos casos, las diferencias fueron políticas e ideológicas (incluidas las doctrinas económicas) y no un problema adicional al ya planteado por la conquista misma, entre el mundo antecolombino y el posterior[8]. En ambos bandos se encontraban los mismos actores: criollos e hispanos de manera indistinta, que como ya hemos referido y ejemplificado en otros trabajos, tomaron partido en uno y otro bando por estos factores que apuntábamos recién y no por un tema de rechazo a una cultura. Tal es así (lo del carácter político ideológico) que el propio movimiento independentista, que tuvo entre una de sus varias fuentes inspiradoras a las ideas del despotismo ilustrado español, revirtió luego como influencia hacia la península. Influencia esta que puede rastrearse en la constitución liberal de 1812 promulgada por las Juntas que resistían la invasión francesa, y también en la revolución del Marqués de Riego que la reinstauró 1820 luego que fuese anulada por el rey Fernando VII en 1814 cuando volvió de su cautiverio francés. De lo que se trataba aquí era del derecho a gobernarse así mismo por eso era inevitable la guerra no contra España sino contra la Corona, es decir, España en esa encrucijada representaba un poder fáctico y también una ideología: el absolutismo monárquico[9]. Una vez derrotado ese poder fáctico la principal preocupación de muchos de los más grandes libertadores, fue la de restituir la unidad espiritual (tal las palabras de Simón Bolívar) de la América antes española. Eso no invalida que el propio Bolívar se viera, ya en medio de un proceso cultural en marcha (del que toda su generación era resultado) así mismo y a todo lo que él representaba, como un compuesto distinto que ya no era ni esto ni aquello otro. Aquí como siempre lo apuntamos en nuestros trabajos, se empiezan a percibir (al margen de cualquier interacción) las primeras diferenciaciones producidas por un entorno geográfico, histórico y social diferente al de la cultura madre.

Por consiguiente el otro acierto de nuestro hombre es que no solo no confunde el carácter de la conquista con la cultura del pueblo que la lleva adelante, sino que tampoco piensa que nuestra identidad deba o pueda ser alcanzada y construida por la negación de alguna de las partes intervinientes como planteaban los panegiristas de lo sajón. Solo el conocimiento profundo de cada una de esas partes y también de los resultados amasados por el tiempo de su interacción con las otras vertientes que nos dan identidad, podrían prefigurar un intento de síntesis sostenido en el tiempo. Esa línea de razonamiento, como ustedes habrán visto en muchos de mis trabajos, es una línea que me parece muy fértil y que lamentablemente pocos transitan aun hoy en pleno siglo XXI.

Blanco Fombona ve continuidad y metamorfosis, ve “lo hispano” por debajo de los hechos históricos. Y esto que él logra es lo que a veces se pierde de vista por más de una preclara inteligencia. No es que Blanco Fombona no vea el carácter de la dominación, incluso que no vea el carácter de clase de la misma[10], sino que evidentemente piensa que ese análisis inobviable de clase, no alcanza a explicar la totalidad del fenómeno (y en eso también coincidimos). Los escritos que de él hemos traído a cuenta sobre Hispanoamérica, son un ejemplo de ello como ustedes verán cuando los lean. Y es que aún hoy una gran parte de nuestros intelectuales (sino la mayoría) no han podido desembarazarse de la falsa dicotomía entre eurocentrismo y leyenda negra, entre reduccionismo economisista y fábula novelada. No nos olvidemos que este hombre está escribiendo lo que escribe en pleno auge del pensamiento positivista en América, un pensamiento que no sólo pretendía legislar sobre los sentimientos y la propia naturaleza, que no sólo subvaloraba todo aquello que no fuera occidental, sino que establecía dentro de ese propio campo que imponía como canon y modelo, una seria de estratificaciones, de subgrupos, donde lo “meridional” ( es decir, la península Ibérica, el sur de Italia, la Grecia moderna y todo lo ribereño, sea por el sur, norte u oeste, al mare nostrum mediterráneo), era inferior a lo sajón, a lo escandinavo, a lo centroeuropeo[11]. Todos estos matices, su comprensión aunque más no sea intuitiva de lo que son los procesos interculturales, creo que ubican a Rufino Blanco Fombona, más allá de su modernismo[12], en compañía de muy poca gente.

Entiéndase bien entonces que Rufino Blanco Fombona no hace una apología aquí del carácter hispano por la apología misma, lo hace para explicarse la historia y el futuro de América y la esencia de los hombres que la llevan adelante.

De ese individualismo, de ese orgullo y hasta arrogancia, de ese carácter localista, comarcano (en el sentido de comarca como espacio tangible de una comunidad de cultura o hasta de consanguinidad) Blanco Fombona deduce incluso una institucionalidad americana: la importancia de las juntas y cabildos de las cuales tan poco se habla en comparación con la influencia del paradigma francés de revolución, y que fue la responsable de verdaderas revoluciones como la de los comuneros castellanos contra Carlos V. Ese “federalismo crónico” de los americanos, que tanto retardó la Independencia, que tanto dividió a lo que era una un cuerpo político y espiritual, en un sin número de pequeños paisitos, es el “comarquismo crónico”, el “aldeanismo” del hispano de todos los tiempos[13]. Se atreve Blanco Fombona a decir que el absolutismo en España fue cosa de reyes extranjeros (en alusión a los Hasburgos) y que “la raza española aunque imperialista rechaza el imperio” esto en franca alusión las eternas violaciones de las leyes de Indias que como bien señala Lipschutz en algunos de sus trabajos no fueron nunca malas leyes, sino que simplemente fueron leyes nunca o muy pocas veces aplicadas[14]. Ese es para Blanco Fombona otro rasgo característico del hispano su incapacidad casi congénita (ahora sí remedando a Sarmiento) del hispano para aceptar una norma, un canon, una regla. Es ese orgullo hispano “que es arrogancia porque no es callado” (dice Fombona) lo ha llevado entre otras cosas a emprender “empresas máximas con medios deficientes”[15]. También hay que decir que esa incapacidad para medir es lo que nos ha hecho a ambos (los hispanos de ambas márgenes del océano) tan apasionados, tan altivos, dramáticos y heroicos... esa Guerra Civil Española sigue sorprendiendo más aun que la propia Segunda Gran Guerra, y es ese carácter (que también es parte de nuestra herencia) lo que nos ha permitido resistir más de 500 años de dominación ininterrumpida, de distinto signo y bandera, pero dominación al fin. Es esa sangre que no duda en revelarse incluso contra si misma, la que nos ha hecho temerarios y soñadores empecinados, y eso es (como señala en otros trabajos Blanco Fombona) lo que nos ha distinguido siempre de la otra América, de la América sajona, materialista y pragmática, conservadora y religiosamente oscura: mil veces han fracasado ingleses y norteamericanos (incluso los franceses en México) cuando han querido hacer de esta América el Calibán deforme y sumiso del retrato de Shakespeare. Es un Blanco Fombona de la membresía de Ariel, de quien les hablo, y por tanto un antiimperialista consecuente, y ahí tampoco se confunde cuando enmarca su antiimperialismo no en una puja intercapitalista sino más bien y de manera fundamental, civilizatoria.

Él no rescata lo hispano como “raza” (asombrosamente para su época dice: las razas no existen) la “raza” es solo metáfora para referirse a lo hispano como cultura. En esos términos (y a diferencia de Sarmiento) lo hispano es un capital dentro de una diversidad que lo excede y lo contiene. Es la lengua misma que se fagocita a todo lo demás, a todos los venidos de los rincones más remotos de la tierra en cualquier época y circunstancia. Y es lo hispano lo que es superado por lo americano, no como algo que le es ajeno, diferenciado y contrapuesto, sino que es dialécticamente su continuación y su superación, el siguiente paso evolutivo de una cultura que nació allende el mar y que encontró en América su pase a otra dimensión: la nuestra es una lengua hablada por millones y millones de personas que la recrean en los más impensados contextos y circunstancias (y ya ni es siquiera la lengua original de Castilla). No es a diferencia de otras, una lengua aldeana que por más prosapia que detente no deja de ser hablada en unos pocos pueblos y ciudades encerradas en las fronteras de los pequeños estados nacionales de Europa. Es la lengua viva de una cultura viva, que crece y se recrea, y que no sólo se recrea sino que revierte (antes, ahora y después) su imagen al rostro español que lo mira como a un espejo, sin saber que no es un espejo perfecto y que la imagen que vuelve ya no es la misma que la del rostro que la mira.

Esa es la verdadera dimensión de Hispanoamérica. Hispanoamérica es una sola nación separada por un lago demasiado grande. Cuando cayó el absolutismo, cuando cayó el despotismo y también la dictadura fascista de la falange, América empezó a ver en España solo un pueblo, y España dejó de ver en América su pasado y empezó a ver su futuro, el futuro de la lengua y también de la cultura en la que ahora ella está implícita.

De eso también habla Blanco Fombona, él asocia esa cultura hispana con el ideal republicano de aquellas primeras décadas del siglo en que vivió. Es decir, lo hispano mismo tenía la oportunidad de desembarazarse de todas su rémoras, de todas sus taras y distorsiones. Y era en América donde podía regenerar sus huesos como de hecho parece haber ocurrido en definitiva: la dimensión de América lejos de apagar las luces de una cultura que la dominó, terminó inmortalizando y redimensionando, recreando, proyectando, eso que recibió de la peor forma posible. Qué sería de la literatura hispana sin América? Qué sería del catolicismo sin América? Qué sería de la lengua y de ese famoso carácter de una raza sin las circunstancias dramáticas y azarosas de nuestra condición de sabernos libres y soberanos?

Rufino Blanco Fombona merece ese lugar que se ha ganado en la mesa, porque a sabido analizar nuestra cultura en los términos correctos que debe ser analizada: como un entrecruzamiento formidable, en el cual la mínima negación de una de sus partes sería si no un suicido, al menos un hecho totalmente caprichoso e interesado. Él lo hizo en las primeras décadas del siglo que pasó prescindiendo de todo lo que las ciencias etnológicas han logrado comprender con el tiempo y trabajosamente. Ese es su gran mérito y por eso lo he traído a cuenta, no para endiosarlo sino para que sirva de antecedente y de plataforma para futuras reflexiones de hombres tan preocupados como él que tanto nos hacen falta en estos días.



[1] Tal el caso de nuestro país, que sin lugar a dudas fue una de las colonias más importantes de la Corona Británica, aunque nunca detentara ese título.
[2] Uno de sus últimos libros “Conflictos y armonías de las razas en América” escrito en 1883, atribuye a los españoles una incapacidad casi genética, intrínseca a su condición de tales.
[3] Sarmiento no solo conoció el artículo sino que se refirió al caso como “las ideas mestizas” del prócer cubano.
[4] Un libro que cito siempre del oriental Julio Assunçôn acerca de las “pilchas” criollas, muestra un sinnúmero de prendas y aperos y costumbres que el gaucho de la primera época toma de los peninsulares del Medioevo.
[5] El propio Unamuno ironiza sobre Sarmiento cuando dice que hasta para maldecir a España lo hace en la lengua de Cervantes, por lo tanto más allá de su rechazo no deja de ser un gran escritor hispano.
[6] Fíjense que Blanco Fombona señala con mucha razón que no se puede disociar este hecho conque España haya sido uno de los países donde mayor desarrollo popular tuvo el anarquismo en el mundo... yo le agregaría que en el caso de la argentina las ideas del socialismo libertario también arraigaron muy bien en el gaucho (o en su rémora) y que incluso, más allá del conocimiento y adscripción a una ideología, existió una gran empatía, un compartir intuitivamente un sentimeinto (una afectación) entre los ácratas y los obreros y bandidos rurales de principios del siglo que pasó.
[7] Se hace referencia aquí a una de las batallas más cruentas de la Primera Guerra Mundial donde se estima que murieron alrededor de 700.000 soldados alemanes y franceses-
[8] Mundo antecolombino que dicho sea de paso no pocas veces tomo partido por la causa realista.
[9] De ahí se deduce la heterogeneidad en el bando independentista donde no solo había peninsulares y americanos sino también republicanos y monárquicos constitucionalistas.
[10] Blanco Fombona es un admirador de la Revolución Rusa, del socialismo e incluso ejerció cargos de gobierno durante la Guerra Civil Española en territorio Republicano. Y en este sentido que estamos hablando, el libro de la Editorial Ayacucho recoge una polémica con Falcón justamente por este mismo tema.
[11] En ese mismo razonamiento podemos detectar el germen del nazismo.
[12] El modernismo más allá de sus postulados albergó en América una serie de personalidades y visiones divergentes. En el caso de Blanco Fombona (uno de sus reconocidos exponentes) fueron notorias sus discrepancias con figuras también emblemáticas de este movimiento como Rubén Darío y Lugones.
[13] Y entiéndase que no estoy hablando mal del federalismo (todo lo contrario) sino resaltando ese rasgo libertario e independiente que tan acendrado está en nuestro modo de ser nosotros mismos.
[14] Las leyes de Indias iban a contrapelo de las intenciones neofeudales de los conquistadores y eran francamente proteccionistas de las comunidades y las nacionalidades indias (logicamente dentro de su lógica de dominación). A diferencia de ello las reformas independentistas atacaron el concepto mismo de “comunidad”, fieles (como no podía ser de otro modo) a su dogma de revolución buerguesa.
[15] Es cierto lo que señala el poeta venezolano, España no supo irse de América, no estaba en su espíritu ni en su sicología el medir las consecuencias de su talante (así le paso en Cuba cuando entró en guerra contra los EEUU).

2 comentarios:

Unknown dijo...

Armando¡¡ no me di cuenta del tiempo que paso me no se si me queda algo por leer,
te comento que estoy viva ,, yyy no se por que, soy apenas un poquito de historia , junto algunos compañeros de la noche de los lapicez, .
realmente te amoooooooo¡¡¡¡¡¡¡¡¡
griseldacorsico@

Unknown dijo...

SI SI SI SOS INCREIBLE¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡